Se abre un capítulo en la historia del arte colombiano. Si bien el nombre de Marco Ospina (1912-1983) no es una revelación, sí lo es para las nuevas generaciones que no han tenido la oportunidad de ver su obra sino en catálogos o solo alguna de ellas en una exposición conmemorativa en acuarela que permiten conocer al que ha sido considerado el primer artista abstracto de Colombia, pues la más antigua obra de esta naturaleza fue fechada en 1943. Y era suya.
Ospina fue una figura compleja. Comunista a mucho honor, detractor de Marta Traba, afín al grupo Bachué -que reivindicaba el regreso al origen, a lo nacional-, discípulo de pintores reconocidos como Coroliano Leudo o Miguel Díaz Vargas, diseñador de afiches, admirador de los muralistas mexicanos Orozco y Siqueiros, profesor, crítico de arte y autor de Pintura y realidad (1949), libro de referencia sobre el modernismo y que aborda el problema de la figura y el arte abstracto.
Para él, no tenían por qué ser dos lenguajes contradictorios. Es más, no tuvo una 'época figurativa' y su consiguiente 'evolución' hacia la abstracción. Usaba los estilos según lo quisiera. Justamente la exposición muestra algo que le fue fundamental demostrar: que su abstracción nacía de las formas de la naturaleza. "Lo que hacía era una evocación del paisaje, no una representación ni una descripción. Sacaba lo esencial a través de la luz, el ritmo y la composición. Y los titulaba refiriéndose a algún lugar en particular", explica el curador de la muestra, John Castles.
Justamente, Marco Ospina representa la transición del arte 'nacional' al modernismo. Y las peleas que ello significó. Mientras el muralismo mexicano, cargado de mensaje social, había mandado la parada por años, los artistas modernos querían despojarse del sello político y darle al arte un significado puramente formal. Él caminaba por la dos aguas. Comprometido con la 'causa', nunca renegó de su interés por la política; sin embargo, su obra no se enmarcó en ese proyecto de sociedad por el que luchaban los muralistas. Su búsqueda fue más formal y en eso coincidía con los que más tarde elogiaría -e impulsaría- la crítica de arte argentina Marta Traba (Obregón, Ramírez Villamizar, Negret, Botero...). Pero a ella Ospina no lo convenció. No lo consideró lo suficientemente contundente.Aunque otros opinaban distinto, la pluma de Traba lo mantuvo en la sombra durante años. El crítico Walter Engel, que desde los cuarenta dio cuenta de lo anticipado del estilo de Ospina, anotó sobre su pintura Rosa (1946) "qué fino juego de líneas, de curvas y de ritmos, de colores y transiciones, qué palpitante secreto que nos obliga a pensar en vocablos ajenos a las artes plásticas como aroma, perfume, melodía".
Herederas de Ospina crean una fundación
A diferencia de tantas familias que se han desprendido del legado de los suyos, la familia Ospina Gutiérrez lo conserva como un tesoro. Y, dice, no piensa venderlo. Para ello, le dieron vida a la Fundación Marco Ospina Pro-arte, AC. Lina, su hija y Zoraida, su nieta, son sus directoras. Zoraida catalogó 500 obras de Ospina entre óleos, acuarelas, caricaturas, dibujos en tinta, aguatintas, lápiz, crayola y temple. Y algo así como 170 artículos periodísticos sobre su obra o sus críticas de arte o presentaciones para catálogos. "Luego de este trabajo de dos años dejó de ser 'el abuelo', para convertirse en 'el artista Marco Ospina' y en nuestra responsabilidad por hacer conocer su trabajo", dijo.
De pelea con la crítica de arte Marta Traba
En 1956, a raíz de una exposición en la Biblioteca Nacional, se hacen públicas las diferencias entre el artista y la crítica de arte argentina. "(...) si admitimos que la abstracción se limita a un ejercicio de la mano, en cambio de exigir una construcción entrañable, ese pueblo que en tan alta y justa estima tiene Marco Ospina, se hará del artista una idea falsa: la de un hombre frívolo que deja errar libremente su mano por pereza o por incapacidad de darle a su trabajo un íntegro significado estético", escribió Traba en 'Intermedio' el 22 de julio de 1956. Ospina replicó advirtiendo que el papel del crítico es "servir de puente entre el gran público y los artistas sin interferir los terrenos y el espíritu propios del artista". Y le reclama que si menosprecia la pintura que se apoya en la "forma, color y líneas ordenadas por el ritmo, la culpa no es del artista sino del crítico, que no ve ni comprende la íntima voluntad de estilo y los medios pictóricos escogidos por el artista para expresarse", publica, también en 'Intermedio', el 6 de agosto de ese año en su texto 'Crítica a la crítica'